Descripción de la asociación



La Asociación IMPULSO CIUDADANO se suma, como movimiento cívico, al servicio para la vigilancia de los derechos de los ciudadanos, la racionalización de las administraciones públicas y la regeneración de la vida política.

"La Cataluña virtual es omnipresente. La misión de Impulso Ciudadano debe consistir en hacer aflorar la Cataluña real".


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miércoles, 2 de diciembre de 2009

NACIÓN Y LIBERTAD (I)

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Cuando los padres de la patria de los Estados Unidos de Norteamérica redactaron la Declaración de Independencia, no apelaron para legitimar su separación de Gran Bretaña a una identidad nacional basada en una historia común de las colonias que se alzaron en armas contra la metrópoli, ni a ninguna particularidad cultural o étnica que las legitimase en su aspiración a constituirse en una nación, ni por supuesto a una lengua propia, puesto que la población de las colonias era muy mayoritariamente de habla inglesa. Sus motivos para declararse independientes fueron, en sus propias palabras, la defensa de dos principios universales que estaban siendo conculcados: la igualdad de todos los hombres y la existencia de derechos inalienables, como el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. La Declaración sostiene “que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.” Es decir, la nación que con el tiempo llegaría a ser la más poderosa del mundo nació con el fin de defender la igualdad, la libertad y los derechos fundamentales de sus ciudadanos.

Como consecuencia de ello, más de doscientos treinta años después, los ciudadanos de esa nación siguen imbuidos de un amor a la patria que en Europa es a menudo incomprendido y ridiculizado. Somos pocos los europeos que reconocemos en ese orgullo por la bandera, el himno, las instituciones y los héroes la herencia viva de aquella afirmación de la libertad y la dignidad del hombre.

Unos treinta años después de proclamarse la independencia de los Estados Unidos sobre los fundamentos de la igualdad y la libertad, Johann Gottlieb Fichte pronunciaba desde el corazón de la vieja Europa, en el Berlín ocupado por las tropas napoleónicas, sus célebres Discursos a la nación alemana. En el octavo de esos discursos, afirmaba que “la tendencia natural del hombre es tratar de encontrar el cielo ya aquí en la tierra y diluir lo eternamente duradero dentro de su trabajo terrenal de todos los días”, y que pueblo y patria son “portadores y garantía de la eternidad terrena” y “aquello que puede ser eterno aquí en la tierra”. Notamos enseguida la diferencia fundamental entre esta afirmación de la grandeza de la nación y aquella otra que alumbró a los Estados Unidos de Norteamérica: donde allí había vindicación de la libertad y los derechos del individuo traicionados por la corona británica, aquí encontramos una apelación a un destino común, universal y trascendente del pueblo. ¿En qué pensamos al oír hablar de la “eternidad terrena”? Evidentemente, en el cielo en la tierra, el paraíso terrenal.

Tal vez a pesar del propio Fichte, el cual, como veremos en una próxima entrega de esta serie, fue realmente un defensor de la libertad, los nacionalismos que durante los últimos doscientos años han, primero, construido y, después, asolado Europa se han alimentado de esta última concepción de la patria “como aquello que puede ser eterno aquí en la tierra”. De ahí nacieron los movimientos de unificación de Alemania e Italia; pero también con esa promesa de traer el cielo a la tierra se cometieron los incontables crímenes del comunismo, el nazismo y el fascismo, las tres principales ideologías que en el siglo XX anularon la persona en aras de un proyecto de ingeniería socialnacionalista.

Karl Marx decía que, si fuera cierto que la historia se repite, lo que primero se presenta como tragedia, después se repetiría como farsa. Por una vez, parece que acertó en sus predicciones. En una sociedad en la que la cultura dominante ha prescindido de toda trascendencia y que se centra en lo superficial, lo pasajero, la mera apariencia y la voluntad individual, el amor a la patria se torna absurdo o incluso insufrible, por cuanto pone a esa sociedad ante su propia futilidad. El vacío que deja la ausencia de un gran ideal de patria se llena entonces con el retorno al refugio del clan, de la tribu, bajo la forma de los nacionalismos separadores, construidos sobre la base del rechazo al todo integrador. Por eso estos nacionalismos que ahora corroen la vieja nación española se empeñan en reescribir la historia: quieren fundar en un pasado imaginario esa “garantía de eternidad terrena”, y a cambio exigen a las personas miedo y sometimiento, porque nacen de la negación del otro y la mistificación de la propia grandeza. Prometen la libertad del pueblo, y a cambio sacrifican los derechos y las libertades de los ciudadanos, porque los consideran súbditos, meros instrumentos al servicio de la construcción nacional.

La libertad nunca se construye sobre la mentira.
Francisco González
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