Descripción de la asociación



La Asociación IMPULSO CIUDADANO se suma, como movimiento cívico, al servicio para la vigilancia de los derechos de los ciudadanos, la racionalización de las administraciones públicas y la regeneración de la vida política.

"La Cataluña virtual es omnipresente. La misión de Impulso Ciudadano debe consistir en hacer aflorar la Cataluña real".


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sábado, 22 de mayo de 2010

REGALOS, REGALOS, REGALOS...

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La palabra regalo despierta en mí resonancias de ilusión y alegría.

Como tantas otras palabras me remontan a una infancia feliz y evocan prácticas alegres en las que el regalo era la expresión no sólo del cariño entre quienes lo practicaban sino, para los pequeños, el símbolo de la sorpresa, de la ilusión, de lo maravilloso.

Era “conditio si ne que non” que el regalo fuese de escaso valor pues bajo la órbita de lo enseñado, se apreciaba de mal gusto un valor ostentoso. También era preciso que significara el afecto entre personas próximas, pues carecería de sentido regalar algo si no mediara el cariño, el parentesco o la proximidad. Finalmente, era preciso que mediara ocasión festiva que justificara su práctica.

Por eso recuerdo con cariño aquella muñeca de trapo, aquella caja de acuarelas, aquellas chinelas de raso o aquel saltador de colores, todos ellos regalos maravillosos de mi época infantil.

Cuando me hice mayor, también yo participé en aquella bonita costumbre del regalo. Me parecía una maravillosa costumbre cultural a la que me entregaba complacida siguiendo escrupulosamente las reglas no escritas que le daban cobertura.

Así me apresuré a hacer “mis pinitos” ofreciendo a quienes amaba en momentos señalados el testimonio de mi afecto. Un dibujo trabajado, un estuche conteniendo una baraja de cartas, un broche de fantasía, una petaca para el tabaco o licor, un bonito bolígrafo nacarado o un precioso costurero de raso brillante formaron parte de mis manifestaciones de afecto.

Con los años descubrí que el “regalo” pervierte su significado y puede esconder en su dulce nombre el compromiso arrancado, la atadura moral, el trueque de favores, el soborno o el cohecho. En definitiva, la desvergüenza de quien compra y vende favores amparándose en un puesto de poder que le de tal influencia. Y la aceptación de todo ello por quien lo acepta.

Hoy, unos trajes ofrecidos gratuitamente a quien puede comprarlos y pagarlos, y aceptados por éste, se quiere presentar a nuestros ojos como un regalo. Aparte de la escasa sutileza del presente, se me escapa dónde media el afecto y cuál era la ocasión que lo merecía. Debe haberlo, sin duda, y es, probablemente, mi actual y ya natural descreído, lo que entorpece la lógica creencia de que entre sastre y cliente mediaba tan sincero afecto Menos claro parece que se trate de un presente discreto, casi irrelevante, sutileza necesaria para no violentar el orgullo y la dignidad del obsequiado quien, por otra parte, no pareció reparar en la ofensa y aceptó, por el contrario, el curioso presente sin hacerse las preguntas que pudieran considerarse lógicas, mucho más tratándose de un cargo público. Y del todo opaco resulta saber con ocasión de qué acontecimiento se decidió obsequiar con tal regalo.

Por si no acabamos de entender este tipo de presente, sólo debemos echar una ojeada a nuestro entorno político y todo nos parecerá seguramente más claro.

No hace mucho, en el Parlament se habló de regalos y se reprochó a la oposición “tener un problema llamado 3%”. Todos entendimos que se estaba aludiendo a un regalo poco honroso, probablemente porque no mediaba cariño sino interés entre el “regalador” y el “regalado”, porque no era apenas simbólico el valor del mismo y porque tampoco mediaba ocasión personal bastante del receptor que justificara el regalo. Pero ya se sabe que las cosas no debieron ser como pensé, y seguramente como también pensaron Vds., pues tras el sonrojo inicial medió un acuerdo tácito de olvidar el asunto y no hablar nunca más de él, expresión, sin duda, de la irrelevancia de lo allí apuntado. Y dada su escasa relevancia, nada más hemos sabido.

Parece ser que es costumbre entre nuestros cargos públicos aceptar regalos aunque no provengan de su ámbito de relación personal más próximo, aunque sean también de valor excesivo y aunque no medie ocasión personal de festividad que lo justifique. Así que algunos o muchos de nuestros cargos públicos se han hecho con regalos como cámaras de fotos, abrigos de visón para compañeras frioleras, viajes a paraísos turísticos con acompañante y todos los gastos pagados, relojes de oro de marcas carísimas o plumas de oro (el oro es algo que atrae a nuestros políticos como a los buscadores de Eldorado, y si no, recuerden Vds. aquellas cadenitas, relojes, pulseras y medallas de oro que constituían los livianos regalos navideños que un antiguo Ministro del Interior repartía con cargo a los fondos públicos a esposas y parejas de los hombres de su Departamento. Y es que, ya se sabe, el espíritu navideño despierta la generosidad).

Salvo algunas honrosas excepciones individuales y colectivas que han rechazado manifiestamente el desproporcionado presente o que lo han agradecido educadamente para incluirlo a continuación en un Registro Público de Obsequios Recibidos de la Institución a que pertenezca el obsequiado, lo más común, vergonzosamente común, es que algunos de estos hombres públicos, para vergüenza de los demás y escándalo de todos, se embolsen lo regalado y correspondan mediante favores políticos dimanantes del cargo que ocupan a sus rendidos obsequiadores. ¡Puro tráfico de influencias¡ ¡Puro “compadreo” de quien no tiene la menor noción de la honradez que debe significar servir a la comunidad en la cosa pública!

Pero para que veamos que esta moderna costumbre de regalarse no por afecto sino por interés, no pequeños obsequios sino ostentosos presentes, no porque medie justificación sino porque se pretende contraprestación, afecta en igual medida a los grandes partidos políticos, vamos a detenernos en algún otro caso que afecta a ese colectivo que en sus siglas usurpa y traiciona la palabra “socialista” y cuya clara entrega al nacionalismo desarmó las convicciones universalistas y solidarias de quienes en ellos creyeron alguna vez. Me acude a la memoria el recuerdo de un “regalo” parecido a este de los trajes ya citado o a este otro del “3%” también mencionado.

Hace unos años, un industrial dedicado a la construcción obsequió a alcaldes, concejales de urbanismo y otras personalidades de los estamentos institucionales locales de algunas poblaciones del Baix Llobregat con un número de lotería. Como era de esperar, ninguno de ellos pensó que si el constructor no fuera constructor y ellos no fueran alcaldes, concejales de urbanismo o personas de influencia política relacionadas con el ámbito en cuestión, no mediaría tal regalo, y con ese descaro propio de muchos miembros de nuestra clase política guardaron el número en su cartera. En la personal.

El azar favoreció al número y de buenas a primeras todos los obsequiados (algunos de ellos futuros ministros) se vieron afortunados con unos cuantos milloncejos. De golpe, casi todos eran ricos. El poder político local del Baix Llobregat estalló de alegría.

Tras la sorpresa inicial, la cosa despertó el debate local y mientras algunos de los ciudadanos administrados sugirieron la entrega de la cantidad al Ayuntamiento del que formaren parte para que éste lo destinara a fines sociales, otros quedaron a la expectativa de cómo arreglaban nuestros políticos locales el poco airoso “affaire”.

La culpa, compartida, parecía menos culpa y así escudándose unos y otros en que “fulanito, también” pudimos llegar a conocer la laxa moral social de aquellos políticos y lo fácilmente que esconden en el bolsillo privado cualquier obsequio que recibieran por su condición pública, grande o pequeño. Así salieron todos los nombres y entre todos compartieron la vergüenza.

Y con lo que cuesta que nuestros políticos se pongan de acuerdo en cualquier circunstancia, todos nos vimos sorprendidos con el rapidísimo acuerdo a que habían llegado: “la aceptación del décimo fue, simplemente, un gesto de cortesía navideña que no entrañaba contraprestación alguna; el dinero les había tocado a ellos y por lo tanto iba a ir directo a su cuenta corriente”. Alguna conciencia avergonzada buscó consuelo haciendo una donación menguada difundiendo el gesto y escondiendo la cuantía en la oscura discreción de la privacidad.

Concejales, alcaldes, futuros ministros y otras autoridades de un Partido que llevaba entre sus siglas lo de “socialista”, se apañaron para reconocer su derecho al décimo y a su magros resultados y, casi enseguida pusieron el acento en otras cuestiones que distrajeran la atención de tan bochornoso proceder colectivo y general, pues el asunto inquietaba y como en el caso del “3%” lo mejor era callar. Y callaron. Y del asunto, como del otro asunto del tres por ciento, nunca más se supo. ¡Señor, Señor, no para de llegar a mi mente el título de una película de gráfica expresión “Toma el dinero y corre”. Y eso hicieron; alguno de ellos, si no arrepentido sí abochornado, aun enrojece temiendo que del asunto quede un ligero recuerdo.

Y se quedaron con sus millones.

Años después todos nos escandalizamos cuando una Caixa de Ahorros que hoy ejecuta sin contemplaciones las hipotecas de quienes, extraviados en la situación presente, se rinden a lo inevitable al carecer de medios para pagar, condonó una exorbitante cantidad a un partido político en el poder. Este fue un ejemplo puro del afecto entre partes, de la generosa actitud con que las entidades financieras miman a sus clientes, sin tener en cuenta para el caso, ni remotamente, valores económicos que determinan la vida de quienes carecemos de medios para ser tan generoso y de la, sin duda, privada pero cierta justificación de tan rumboso regalo. Y de cómo las almas grandes aceptan los regalos grandes, sin tener la malicia que nos asalta a otros de pensar ¿qué quiere a cambio? Y es que almas verdaderamente generosas, cada vez hay menos y por ello reconforta encontrar ejemplos como este.

En otros casos, algún hombre público prefiere hacerse los regalos él mismo con el dinero de todos. Es más práctico porque, ¿quién puede conocer mejor que uno mismo qué es lo que se desea recibir como regalo? Y tiene la ventaja de que no hay que corresponder. Ya saben, yo me lo guiso y yo me lo como, y los auditores en la inopia o fingiendo estar allí. Esta vía rápida ha sido la empleada por algún hombre público dejado de la mano de Dios para gestionar a su antojo los fondos del Palau. Pero, no nos alarmemos, que nadie reclama al respecto y que nadie considera que distraer de lo público lo que conviene a nuestro privado bolsillo no es algo escandaloso ni reprobable, y así mañana podemos tomar café en cualquier bar de Barcelona junto al honroso representante de tal actitud, esa que a Vd. y a mí nos dejaría avergonzados de protagonizarla y atónitos de contemplar cómo se sustancia en nuestros ámbitos políticos y jurídicos de carácter oficial..

No me atrevo yo a esperar de sastres, constructores, entidades financieras u organismos de control de cuentas distraídos que se acuerden de nuestras necesidades, esas que casi no podemos acometer, y que decidan “regalarnos” su importe. Será quizá porque carecemos de la modernidad de algunos de nuestros hombres públicos y ni Vd. ni yo, personas antiguas, tenemos costumbre de aceptar más que un modesto presente de aquellos que nos estiman cuando llega nuestro cumpleaños.

10 de Mayo de 2010 María José Peña,

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